En la
Piedad, Miguel Ángel retrata a la Virgen María sosteniendo el cuerpo de Cristo
Crucificado, una imagen que nos habla de la compasión, la muerte, el martirio y
el perdón, sentimientos que son cruciales dentro de la filmografía de uno de
los autores más fascinantes del cine asiático: Kim Ki-duk. En esta película el
aclamado director surcoreano hace honor a su cine y nos presenta un descarnado drama
acerca de un siniestro cobrador y la culpa que le atormenta por el hecho de poder
perder a la madre que acaba de conocer. Las películas de Kim Ki-duk son
como fábulas budistas donde la violencia, la soledad, la culpa, la obsesión y
el amor son algunas de las aflicciones por las que todo ser humano, (sobre todo,
los marginales) han de transitar. Estos grandes temas, así como el lenguaje
íntimo y la complejidad de la historia hacen de la película una experiencia a
la vez intensa, perturbable y sobrecogedora.
En las
primeras escenas observamos a Lee
Kang-do (Lee Jung-jin), recostado sobre la cama y dándose placer a sí mismo
para luego salir en busca de un “cliente”
y quebrarle el brazo con tal de cobrar el seguro y saldar la deuda. El
protagonista es un ser solitario, insensible, completamente despreciable y
violento que es capaz de cometer las mayores vejaciones posibles con tal de “hacer
su trabajo”. Para esto, recurre a los métodos más extremos llegando a
traumatizar a las personas y dejarles lisiados de por vida, sin considerar que
la mayoría de éstas viven en guetos bajo condiciones laborales paupérrimas muy
similares a las que podríamos encontrar en un país tercermundista. Un día, una
mujer quien dice ser su madre Mi-son (Jo
Min-su) llega ante él y todo cambia. La relación que logra establecer con
la enigmática mujer y el clímax derivado de ésta convierten la trama en un
tragedia de proporciones épicas.
Kim Ki-duk, como buen autodidacta y un ferviente admirador del cine francés (Godard, Truffaut, Leos Carax, etc.)
nos ofrece una película rodada como un documental, utilizando una cámara en
mano por momentos nerviosa al pulso de la línea dramática llena de angustia y
desazón, sobrellevando el eje narrativo de manera concisa, escrupulosa y atenta
a los detalles más mínimos y sórdidos, muy recurrentes en su cine (la sangre,
los lugares claustrofóbicos, las mujeres
misteriosas, los animales sacrificados, etc.). Todo el conjunto está lleno de atmósferas
que alimentan el contraste, la ilusión, el silencio, los climas sombríos y la incomunicación entre sus protagonistas. El espectador de Kim Ki- duk se hace
cómplice de la imagen por más dura que sea y se somete a la historia a la
espera de una resolución total. Sólo los grandes
directores logran eso.
La
piedad del título es un claro contraste con el vacío emocional y la falta de
compasión de Kang-Do, una persona que como explica su supuesta madre en
reiteradas veces: “la falta de amor lo
hizo así”. Pero la historia va más allá. Lo que retrata el director surcoreano
es un sistema social y económico caótico y miserable capaz de destruir la
dignidad de las personas a cualquier precio y deshumanizarlos por completo. Hay
una mirada muy crítica que se hace evidente en una de las escenas cuando
Kang-Do regresa a casa y le dice a la mujer que vive con él, “¿Qué es el dinero?” y ella responde: “¿dinero?, el comienzo y el fin de todas
las cosas, amor, honor, violencia, furia, odio, celos, venganza, muerte”.
Pieta es una película intensa, realista, difícil
y profunda. Narrada con todo el brillo, crudeza y la estética característica de
uno de los mejores directores de la actualidad, que confirma una vez más, su innata
habilidad para impresionar, conmocionar,
irritar y purificar. Una gran película que cuenta con uno de
los finales más desoladores.
PIETA TRAILER
PIETA TRAILER
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