domingo, 22 de octubre de 2017

BLADE RUNNER 2049 (Denis Villeneuve, 2017)




Han pasado 35 años luego del estreno de Blade Runner (Ridley Scott), la película de ciencia ficción más impactante de los 80s y que se convirtió con el tiempo en un referente obligado del género. Una obra visionaria, de múltiples lecturas y significados, deslumbrante visualmente y de una profundidad conceptual que cobra mayor relevancia hoy en un mundo dominado por las nuevas tecnologías, la automatización y el individualismo. Blade Runner 2049 representa la continuación de ese futuro incierto, apocalíptico y represivo en el que las corporaciones tecnológicas lo dominan todo dando paso a un submundo de marginalidad y decadencia donde los humanos y “no humanos” luchan por sobrevivir. Una “ficción” muy similar a la ideada por Fritz Lang hace 90 años (Metrópolis). Más allá de las virtudes, aciertos y belleza de la película, la gran interrogante es si Blade Runner 2049 es de verdad una película “distópica”,  “futurista” e imposible de imaginar en una realidad cercana a la nuestra. ¿Podemos sentir o pensar como un replicante?.




Es el 2049. A diferencia del 2019, época en que transcurren los hechos de la película inicial,  los replicantes pertenecen a un prototipo avanzado que les hace vulnerables y obedientes, forman parte de la sociedad y no tienen fecha de caducidad. Las unidades blade runners continúan cazando androides inteligentes pero de versiones anteriores. En medio de ese universo de sonidos metálicos, tridimensional y desolado en el que habitan todo tipo de "seres", surge la figura de K (Ryan Gosling), un oficial replicante que trabaja para la policía de Los Ángeles (LAPD) a órdenes de su superior Joshi (Robin Wright). Su único disfrute le proporciona Joi (Ana de Armas), diminutivo de Joy (alegría), un holograma de silueta femenina que viene a ser su novia virtual.  A raíz del “retiro” de un replicante se descubre un hecho que desconcierta a todos y que podría acabar con el “orden” establecido: los replicantes pueden engendrar. Joshi le ordena a K eliminar cualquier rastro que sirva de evidencia. Es así que el oficial del LAPD tiene contacto con la mayor empresa de bioingeniería del mundo, Wallace Corp dirigida por el “iluminado” Niander Wallace (Jared Leto) a través de su principal ejecutiva Luv (Sylvia Hoeks), un magnífico prototipo diseñado por el propio Wallace. Consciente de cumplir con su misión y de ser capaz de “sentir” cierto nivel de apego, K se encuentra en una encrucijada, algunos recuerdos de su “niñez” se revelan como verdaderos y decide encontrar a la única persona que podría darle respuestas: Rick Deckard (Harrison Ford), el protagonista de Blade Runner.                 


Los universos fílmicos en los que se basa y utiliza Villeneuve son de una trascendencia que evoca lo metafísico y espiritual. El gran director canadiense nos introduce en una historia de una realidad y plasticidad que podríamos llamar casi única si no rescatase para sí lo mejor de la película original de 1982, logrando una fuerza visual de igual impacto y una completa correspondencia con el imaginario futurista creado por Ridley Scott, por eso, esta secuela es perfecta, se mueve dentro del mismo concepto, técnica y complejidad que convierte a Blade Runner en una saga memorable. Desde la temática misteriosa, reflexiva y cautivante; el impresionante lenguaje fílmico, es decir, la ilusión de captar una imagen y hacerla perdurable y pura hasta la capacidad de moldear escenarios y arquetipos donde la luz y el color sirven de lienzo y cada plano es una obra de arte. Igual valor tienen el tiempo y las dimensiones sonoras que se estiran para crear el resplandor y el efecto exacto y producir aquel momento mágico donde todo parece ser celestial y aterradoramente humano.




Las atmósferas y los climas sombríos de contaminación, radiación y muerte se contrastan con las imágenes corpóreas, de siluetas en luces de neón, virtuales y reales, humanas y robóticas que están en constante movimiento y trance. Los sonidos metálicos y electrónicos de las grandes urbes desentonan con el silencio de las zonas inhabitables impregnadas de miseria y desazón. Esta es una película donde las disonancias son tan relevantes como las armonías. Por eso, los replicantes transitan en un mundo imperfecto, caótico, impredecible, solitario, donde rescatar lo más humano debe ser un acto heroico, de profundo sacrificio y al parecer los únicos llamados a generar este cambio son los “no humanos”.



K es un replicante que tiene dudas y confrontaciones con su lado más humano y no cesa de preguntarse qué es en realidad, cuál es su sentido en la vida, si vale la pena hacerse esas preguntas constantemente y si la respuesta no es quizá una puerta abierta de dimensiones cósmicas. En ese sentido, la gran interrogante de la película continúa siendo en qué radica la humanidad. La misma pregunta que nos hacemos a menudo y que quizá seamos incapaces de responder en el 2049 sentados en el sofá y acariciando la etérea silueta de nuestro perfecto amor en forma de holograma. Somos los próximos replicantes a cazar.  


 El virtuosismo técnico, la fotografía y el BSO con delicadas reminiscencias al compuesto por Vangelis, la convierten en toda una experiencia de potente dinamismo y constante perturbación. Sumado a ello habría que resaltar las profundidades temáticas de carga filosófica que recaen en un nivel de introspección de los personajes propias del cine de Tarkovski. Algunas escenas de la película hacen recordar a los universos decadentes y filosóficos que se observan en Solaris o Stalker. El relato es solemne, épico, de largos planos y algunos silencios pero también de un preciosismo pertinaz.            


Blade Runner 2049 es una secuela brillante, reflexiva y contemplativa. Una película que moldea la realidad con rasgos tecnológicos y virtuales afín a nuestros tiempos donde los límites de la realidad son cada vez más discutibles y la diversidad y el escepticismo son la regla. Todo bajo el halo inspirador de un director que le imprime a su cine toda la intensidad, elegancia y belleza. La mejor película del 2017 hasta la fecha.   



BLADE RUNNER 2049  TRAILER



domingo, 8 de octubre de 2017

YOUTH (Paolo Sorrentino, 2015)




En el 2013 el director y escritor napolitano Paolo Sorrentino sorprendió a todos con su excelente película “La Gran belleza”, todo un homenaje a Fellini, Roma, el pasado, la decadencia y la creatividad como alicientes de la condición humana. Jep Gambardella (un extraordinario Toni Servillo) es un “viejo” escritor que busca el sentido en su vida, algo que aún le motive más allá de toda regla y convencionalismo que es incapaz de descifrar preguntándose asiduamente si en medio de toda la frivolidad y el desencanto que le rodea puede aún existir la verdadera belleza. Para ello Sorrentino recurre a lo más espectacular, fantástico y acaso exagerado. Youth es algo distinta. Es menos festiva y más reflexiva. Sorrentino deja atrás los excesos y la efervescencia y se decanta por un relato más sosegado e intimista poblado también de personajes solitarios, frustrados y auténticos. Youth es una hermosa película llena de matices, colores y emociones basada en un libro del mismo director.




Fred Ballinger (Michael Caine) es un compositor retirado que pasa unas vacaciones en un lujoso hotel en medio de los Alpes Suizos, una suerte de paraíso terrenal. Junto a él se hospeda su mejor amigo Mick Boyle (Harvey keitel), un importante director que busca la inspiración para terminar su última película, su hija Lena Ballinger (Rachel Weisz) que acaba de sufrir una decepción amorosa, un actor famoso con el que hace amistad (Paul Dano) y una serie de personajes que parecieran salir de un libro de Cortázar, Rulfo o Gabo como un monje budista que levita de vez en cuando, una pareja que nunca habla y un ex futbolista argentino obeso y tatuado con el rostro de Marx. Fred entiende que en el ocaso de su vida, los amigos y la familia son vitales aunque se siente atrapado en medio de la rutina y la belleza del momento. Al final, un hecho trágico e inesperado termina por replantear el mundo de Fred.       




Entre la historia de Fred, su negativa a dirigir a una orquesta nuevamente, sus secretos y temores, sus extraños silencios y la relación con su hija y Mick se desarrolla un drama firme, correcto, intenso, salpicado de diálogos inteligentes de fino humor y reflexiones llenas de sapiencia y nostalgia. Youth es una película que brilla, ilumina y eriza los vellos, está llena de imágenes excitantes, impecables y turbadoras. La narrativa es muy fluida y los planos muy simétricos. Sorrentino hace gala de su lenguaje visual vibrante y colorido, de composiciones muy cuidadas y música trascendental que encaja perfectamente con los escenarios, la naturaleza y el drama que encierra cada personaje.    




La espectacular belleza del paisaje y el aparente clima de tranquilidad que cubre todo se entrecruzan con los dilemas y la fragilidad emocional de los huéspedes que parecen habitar un mundo ajeno a todo - más espiritual - pero en el fondo tocado por las mismas sombras, turbiedad y malicia del mundo “real”. Los personajes de Fred y Mick son dos artistas casi octogenarios ya realizados que quieren llevar la fiesta en paz así que se dedican a platicar sobre sus deseos, faltas, anécdotas y fantasías y a pensar en lo que no se dijo, no se hizo ni sintió.  A soñar y recordar más que a vivir.



Youth es una película surrealista, fascinante, sensorial y profunda. Narrada con acierto y soltura. Lo que busca Sorrentino es eternizar una imagen y detenerla en el tiempo para disfrutarla como si fuese una última experiencia. Una película de dramas circulares y magníficas reflexiones sobre la belleza, la muerte, los vacíos y la incertidumbre de la vida. Una de las mejores películas europeas de los últimos tiempos. 


YOUTH TRAILER