Han
pasado 35 años luego del estreno de Blade
Runner (Ridley Scott), la película de ciencia ficción más impactante de los
80s y que se convirtió con el tiempo en un referente obligado del género. Una obra visionaria, de múltiples lecturas y significados, deslumbrante
visualmente y de una profundidad conceptual que cobra mayor relevancia hoy en
un mundo dominado por las nuevas tecnologías, la automatización y el
individualismo. Blade Runner 2049 representa
la continuación de ese futuro incierto, apocalíptico y represivo en el que las
corporaciones tecnológicas lo dominan todo dando paso a un submundo de
marginalidad y decadencia donde los humanos y “no humanos” luchan por
sobrevivir. Una “ficción” muy similar a la ideada por Fritz Lang hace 90 años (Metrópolis).
Más allá de las virtudes, aciertos y belleza de la película, la gran
interrogante es si Blade Runner 2049 es de verdad una película “distópica”, “futurista” e imposible de imaginar en una
realidad cercana a la nuestra. ¿Podemos sentir o pensar como un replicante?.
Es el
2049. A diferencia del 2019, época en que transcurren los hechos de la película inicial, los replicantes pertenecen a un prototipo avanzado que les hace
vulnerables y obedientes, forman parte de la sociedad y no tienen fecha de
caducidad. Las unidades blade runners continúan cazando androides inteligentes pero
de versiones anteriores. En medio de ese universo de sonidos metálicos, tridimensional
y desolado en el que habitan todo tipo de "seres", surge la figura de K (Ryan Gosling), un oficial replicante
que trabaja para la policía de Los Ángeles (LAPD) a órdenes de su superior Joshi (Robin Wright). Su único disfrute
le proporciona Joi (Ana de Armas), diminutivo
de Joy (alegría), un holograma de silueta femenina que viene a ser su novia
virtual. A raíz del “retiro” de un
replicante se descubre un hecho que desconcierta a todos y que podría acabar
con el “orden” establecido: los replicantes pueden engendrar. Joshi le ordena a
K eliminar cualquier rastro que sirva de evidencia. Es así que el oficial del
LAPD tiene contacto con la mayor empresa de bioingeniería del mundo, Wallace
Corp dirigida por el “iluminado” Niander
Wallace (Jared Leto) a través de su principal ejecutiva Luv (Sylvia Hoeks), un magnífico
prototipo diseñado por el propio Wallace. Consciente de cumplir con su misión y
de ser capaz de “sentir” cierto nivel de apego, K se encuentra
en una encrucijada, algunos recuerdos de su “niñez” se revelan como verdaderos
y decide encontrar a la única persona que podría darle respuestas: Rick Deckard (Harrison Ford), el
protagonista de Blade Runner.
Los
universos fílmicos en los que se basa y utiliza Villeneuve son de una
trascendencia que evoca lo metafísico y espiritual. El gran director canadiense
nos introduce en una historia de una realidad y plasticidad que podríamos
llamar casi única si no rescatase para sí lo mejor de la película original de
1982, logrando una fuerza visual de igual impacto y una completa
correspondencia con el imaginario futurista creado por Ridley Scott, por eso,
esta secuela es perfecta, se mueve dentro del mismo concepto, técnica y
complejidad que convierte a Blade Runner en una saga memorable. Desde la temática misteriosa, reflexiva y cautivante;
el impresionante lenguaje fílmico, es decir, la ilusión de captar una imagen y
hacerla perdurable y pura hasta la capacidad de moldear escenarios y arquetipos
donde la luz y el color sirven de lienzo y cada plano es una obra de arte.
Igual valor tienen el tiempo y las dimensiones sonoras que se estiran para
crear el resplandor y el efecto exacto y producir aquel momento mágico donde
todo parece ser celestial y aterradoramente humano.
K es un
replicante que tiene dudas y confrontaciones con su lado más humano y no cesa
de preguntarse qué es en realidad, cuál es su sentido en la vida, si vale la
pena hacerse esas preguntas constantemente y si la respuesta no es quizá una
puerta abierta de dimensiones cósmicas. En ese sentido, la gran interrogante de
la película continúa siendo en qué radica la humanidad. La misma pregunta que
nos hacemos a menudo y que quizá seamos incapaces de responder en el 2049
sentados en el sofá y acariciando la etérea silueta de nuestro perfecto amor en
forma de holograma. Somos los próximos replicantes a cazar.
El virtuosismo técnico, la fotografía y el BSO
con delicadas reminiscencias al compuesto por Vangelis, la convierten en toda una experiencia de potente
dinamismo y constante perturbación. Sumado a ello habría que resaltar las
profundidades temáticas de carga filosófica que recaen en un nivel de
introspección de los personajes propias del cine de Tarkovski. Algunas escenas de la película hacen recordar a los
universos decadentes y filosóficos que se observan en Solaris o Stalker. El relato
es solemne, épico, de largos planos y algunos silencios pero también de un
preciosismo pertinaz.
Blade
Runner 2049 es una secuela brillante, reflexiva y contemplativa. Una
película que moldea la realidad con rasgos tecnológicos y virtuales afín a
nuestros tiempos donde los límites de la realidad son cada vez más discutibles
y la diversidad y el escepticismo son la regla. Todo bajo el halo inspirador de
un director que le imprime a su cine toda la intensidad, elegancia y belleza. La mejor película del 2017 hasta la fecha.
BLADE RUNNER 2049 TRAILER
BLADE RUNNER 2049 TRAILER